NO, NO SOY VAMPIRO...
En una película oí
algo que recoge un sentimiento común, no es una ley, pero es algo que
compartimos en general. Le preguntaba retóricamente un padre viejo a su hijo
joven al mostrarle las fotografías de su álbum familiar: “¿qué ves?
Generalmente conservamos los buenos momentos, no lo malos, y son estos los que
hacen que uno muestre lo mejor publicando cómo los superamos”. No son las
palabras textuales, es la idea. Lo refirió el padre, pues el mancebo pasaba por
dificultades maritales que lo impulsaban a la separación a escasas semanas de
haberse desposado, con la firme intención de hacerlo cambiar de decisión y
luchar por su matrimonio y lo bueno de él. Obviamente estoy tan de acuerdo que
lo uso como referencia, generalmente, no todos, conservamos y hasta presumimos
los buenos recuerdos, pero ambos, buenos y malos nos hacen ser lo que somos. El
bueno como un triunfo ante los problemas de la vida, que evidencia nuestra evolución,
adaptación, o superación, o al menos para engañarse o engañar a los demás. Insisto, generalmente, no todos, pues no
falta…
No, no soy vampiro…
Una
de tantas pruebas a favor de la anterior generalidad, es el razonamiento que
usaba mi tía Josefina para justificarle al protestante
cristiano, el uso que los católicos hacen de las imágenes como “recuerdo”
protector, de expiación o promesa divina,
y no como idolatría, amuleto o magia. Pues es cotidiano, evidente, y por
lo mismo innegable para el no católico, la memoria del católico postrándose
ante una escultura o imagen de algún santo, María, de Jesús o la Trinidad,
interpretándose expeditamente como idolatría; agregando sal y limón a la herida
con el mandato mosaico de “no hacerse imágenes ni postrarse ante ellas, porque
Yahveh es un Dios sumamente celoso”. Ante
poderosas, que digo “poderosas”, poderosísimas evidencias en contra del
católico, mi tía con tranquilidad casi cínica le cuestiona al protestante: “¿tendrás alguna foto de tu
mamá en tu cartera? ¿De tus hijos o tu esposa/o? ¿Por qué o para qué?... Esa es
la razón del por qué los católicos tenemos imágenes, y no porqué adoremos el
papel o la piedra. Y recuerda que el mismo Dios mandó hacer querubines en el
arca y la serpiente de bronce que hizo Moisés para curar a los israelitas, y la
gente se postraba ante ellas”. Para un protestante
ingenuo esta mayéutica es contundente e irrefutable, pero más allá de si son
peras o manzanas, lo importante es que la mayoría, no todos repito, las
fotografías que tienen en sus carteras, bolsos, escritorios, paredes, burós,
reflejan alegría, un buen momento, presunción. En general, porque no falta,
tanto el católico como el protestante
man-tienen fotos de buen temple y no imágenes lúgubres. Pero…
No, no soy vampiro…
Con su hermana muerta |
Madre con su hija muerta |
No, no soy vampiro…
¿Y
entonces? ¿Cómo explicar esas fotografías de la época victoriana? Al conocer esta
aparente costumbre de la segunda mitad del siglo XIX, de fotografiar o
fotografiarse con familiares difuntos, fallecidos con días de anterioridad, fue
algo que me impresionó sobremanera, ligero ataque de ansiedad y taquicardia; pues
me era impensable, bueno, ni tan impensable, pues me percaté que más bien lo
reprimía, no era simple imaginación, sino hechos, hechos constantes y patentes
en la sociedad en toda la Historia. De acuerdo con mi genio, evocaron cientos de
pensamientos buscando justificar este fenómeno que menguara mi crisis
emocional.
Antes
de ver esas fotos victorianas, era para mí impensable que alguien pudiera tener
o tomar fotografías de momentos familiares funestos y guardarlos con aprecio.
¿Quién guarda la foto de su hijo moribundo o madre muerta? ¿Quién puede tener
la imagen de un ser amado en una situación fúnebre? “… Y así quedó mi hermana
muerta después del huracán…”; pensaba con sarcasmo. Como mencioné, lo reprimí
emocionalmente, creo que por ser muy sensible y chillón. Pues intelectualmente
siempre estuvo allí presente:
En
general conservamos los buenos recuerdos, y en ellos elementalmente están
quienes amamos. ¿Y Jesús crucificado? He de confesar que siento al ver a Jesús
crucificado lo mismo que al ver esas fotos victorianas, siento la misma
repulsión, y no, no soy vampiro. Pero es, un, hombre, muerto; ¿cómo lo digo
para que se entienda? Un, hombre, muerto. Y no cualquier difunto, para unos es Dios
mismo, para otros un ángel, o un profeta, sea cual fuere de las tres para los
creyentes, lo importante es que representa “el amor de Dios”, “el sacrificio de
alguien que nos ama”, representa domésticamente al hermano o padre Jesús que
amamos, como él nos amó…
El
hombre retrata y aprecia de la misma forma, tanto la muerte como la vida, los
momentos felices y los desagradables. Sí, preferimos mostrar, presumir y ver lo
mejor de nuestras vidas, pero tenemos ese lado asqueroso, cruel y hasta
misantrópico. Que demuestra nuestra contradictoria esencia, que ser humano no
es un modelo o ideal de virtud, moralidad, y buenos sentimientos… nos gusta también
la muerte, el sufrimiento, la crueldad. El crucifijo es una evidencia contundente
que pasa y pasó desapercibido de esta dual naturaleza humana. A pesar que la
misma Iglesia con fundamento en Pablo, pone y presume la resurrección de Jesús
como el triunfo y justificación del cristianismo por encima de toda religión,
mitos y grandes personajes de la Historia: “…porque
si [el] cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana es nuestra fe…”,
lean la primera a los Corintios. Es decir, fregón fue la muerte expiatoria de
Jesús, pero es la resurrección lo que lo puso en el salón de la fama de las
religiones, sin ella, sería otro Sócrates o Juan bautista más. Es decir, del es
decir, es más honorable y justo apreciar en los templos o las casas la imagen
del Jesús resucitado que del Jesús muerto. Pero sucede lo contrario, ¿por qué?
Por lo mismo que explica y justifica las fotos victorianas, a los espectadores
en las decapitaciones desde la Edad Antigua hasta la Contemporánea; tan simple
que en Francia se abolió la pena de muerte, la decapitación en los 80`s, sí, en
los ochentas. La pena de muerte sigue vigente en muchos países asiáticos,
africanos, EUA, Cuba, Brasil, Chile… en México la última ejecución civil fue en
los 30´s, y militar en los 60´s, y hasta el 2005 constitucionalmente fue
abolida en la Federación para sorpresa de muchos. Nos deleita la muerte y el
sufrimiento como la vida y la alegría, esa es la realidad y la verdad; de otra
forma no se explica el crucifijo que no tiene mayor valor que la resurrección (que
ese es un retrato de un buen momento), ni mucho menos histórico, pues la muerte
en la cruz representa lo mismo que Sócrates con la cicuta, o la cabeza de
Hidalgo o Allende en la alhóndiga de Granaditas, escarmiento contra los sediciosos,
porque si no hubiera triunfado la insurgencia en la guerra de independencia,
sería tan estéril la muerte de Hidalgo y compañía, como la de Jesús en la cruz,
si no hubiera resucitado.
Y no, no soy vampiro.
Lúgubre, W
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios, quejas...