"Desde que todo tiene nombre, todo está justificado" (Sra. Concha, mi tía).
Se comprenda o no de impronta el sentido completo de la frase anterior, no quisera connotar una actitud o acción para darle importancia, ¡para darle vida! Pero es tan estruendosa en mis relaciones religiosas intelectuales que me empuja irresitiblemente ha exponerlo.
Muchos intelectuales religiosos honestos, reconocen de a priori el fracaso misionero cristiano al caer en una contradicción o paradoja que vitupera la saludable razón: solo hay un Dios, no hay un dios católico, un dios bautista, un dios ortodoxo, un dios luterano, un dios anglicano... un dios judío; luego entonces ¿cómo puede el cristianismo predicar un Dios-único y ser aparentemente irreconciliable entre sus congregaciones? En términos pragmáticos, predicar doctrinas diferentes es predicar dioses diferentes. De allí que sincera y apriorísticamente es hipócrita o al menos inválido hablar o predicar un solo Dios para todos... Esta realidad fatídica desencadena el mentado "ateísmo relativo" que desvelo: