viernes, 23 de octubre de 2015

Los años maravillosos... y no, no soy vampiro.

NO, NO SOY VAMPIRO...

En una película oí algo que recoge un sentimiento común, no es una ley, pero es algo que compartimos en general. Le preguntaba retóricamente un padre viejo a su hijo joven al mostrarle las fotografías de su álbum familiar: “¿qué ves? Generalmente conservamos los buenos momentos, no lo malos, y son estos los que hacen que uno muestre lo mejor publicando cómo los superamos”. No son las palabras textuales, es la idea. Lo refirió el padre, pues el mancebo pasaba por dificultades maritales que lo impulsaban a la separación a escasas semanas de haberse desposado, con la firme intención de hacerlo cambiar de decisión y luchar por su matrimonio y lo bueno de él. Obviamente estoy tan de acuerdo que lo uso como referencia, generalmente, no todos, conservamos y hasta presumimos los buenos recuerdos, pero ambos, buenos y malos nos hacen ser lo que somos. El bueno como un triunfo ante los problemas de la vida, que evidencia nuestra evolución, adaptación, o superación, o al menos para engañarse o engañar a los demás.  Insisto, generalmente, no todos, pues no falta…
El benjamín de la familia.
Fotografía victoriana
Con la cabeza de la tía muerta
Época victoriana 



           







No, no soy vampiro…
           
            Una de tantas pruebas a favor de la anterior generalidad, es el razonamiento que usaba mi tía Josefina para justificarle al protestante cristiano, el uso que los católicos hacen de las imágenes como “recuerdo” protector, de expiación o promesa divina,  y no como idolatría, amuleto o magia. Pues es cotidiano, evidente, y por lo mismo innegable para el no católico, la memoria del católico postrándose ante una escultura o imagen de algún santo, María, de Jesús o la Trinidad, interpretándose expeditamente como idolatría; agregando sal y limón a la herida con el mandato mosaico de “no hacerse imágenes ni postrarse ante ellas, porque Yahveh es un Dios sumamente celoso”.  Ante poderosas, que digo “poderosas”, poderosísimas evidencias en contra del católico, mi tía con tranquilidad casi cínica le cuestiona al protestante: “¿tendrás alguna foto de tu mamá en tu cartera? ¿De tus hijos o tu esposa/o? ¿Por qué o para qué?... Esa es la razón del por qué los católicos tenemos imágenes, y no porqué adoremos el papel o la piedra. Y recuerda que el mismo Dios mandó hacer querubines en el arca y la serpiente de bronce que hizo Moisés para curar a los israelitas, y la gente se postraba ante ellas”. Para un protestante ingenuo esta mayéutica es contundente e irrefutable, pero más allá de si son peras o manzanas, lo importante es que la mayoría, no todos repito, las fotografías que tienen en sus carteras, bolsos, escritorios, paredes, burós, reflejan alegría, un buen momento, presunción. En general, porque no falta, tanto el católico como el protestante man-tienen fotos de buen temple y no imágenes lúgubres. Pero…


Con la hija muerta
Más victorianadas
Con su hermanita muerta
Otra victoriana, para variar...



    








     


No, no soy vampiro…    



            Como mexicanos reconocemos las vicisitudes de la guerra de independencia de 1810 a 1821, encabezada por Don Miguel Hidalgo, quien fue fusilado en 1811 junto con Allende, Aldama y Jiménez, a quienes les cortaron la cabeza y las pusieron en jaulas, que a su vez las colocaron en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato capital, y fueron retiradas hasta el término de la guerra. Histórica, psicológica, pero sobre todo antropológicamente sabemos los motivos de hacer eso: escarmiento. Fue una señal de escarmiento en contra de los insurrectos y conspiradores, y que ha sucedido en escenarios beligerantes de manera casi idéntica, de humillación, amenaza, de infundir miedo en contra de los insurgentes, a lo largo de la Historia. Estas imágenes tétricas contrastan con las anteriores, pues como señales, son imágenes que no queremos conservar, que deseamos olvidar y darles la vuelta… definitivamente no son buenos momentos, ni mucho menos llevaría en mi cartera. Pero no falta…


Con su hermana muerta
Madre con su hija muerta










           
 No, no soy vampiro… 

            ¿Y entonces? ¿Cómo explicar esas fotografías de la época victoriana? Al conocer esta aparente costumbre de la segunda mitad del siglo XIX, de fotografiar o fotografiarse con familiares difuntos, fallecidos con días de anterioridad, fue algo que me impresionó sobremanera, ligero ataque de ansiedad y taquicardia; pues me era impensable, bueno, ni tan impensable, pues me percaté que más bien lo reprimía, no era simple imaginación, sino hechos, hechos constantes y patentes en la sociedad en toda la Historia. De acuerdo con mi genio, evocaron cientos de pensamientos buscando justificar este fenómeno que menguara mi crisis emocional.


Con sus hijos muertos


            De las cosas sobresalientes que remembré, fue otro pedazo de celuloide (y eso que no me considero un patético cinéfilo), en donde un adulto recio y no tan viejo, le ofrece a una chica [diabólica] desconocida, un cuarto para que pase la noche. Ella, seductora y bella como debe ser, le agradece, pero le pide seductivamente que si puede retirar el crucifijo que está encima de la cabecera de la cama, pues no le gusta “tener gente muerta sobre su cabeza”. Él, seducido y extrañado por la rara solicitud y su capciosa razón, la consciente, pero tal diálogo me dejó igual que aquel tipo y por las mismas justificaciones a pesar de tener nueve años: ella estaba mami y su solicitud tuvo un matiz antropológico inquietante para su servidor. ¡Wow! Un-hombre-muerto, no lo había visto así en mis nueve años de cristiano. Y quedó latente en mi mente en tanto fui llenándola de más tonterías filosóficas, científicas, tecnológicas, religiosas, y lo demás. Para un cristiano es tan normal ver un crucifijo y asociarlo con Dios, al menos para los trinitarios y unicitarios; mesmamente con quienes conviven con cristianos, es muy común ver un crucifijo. Los católicos y ortodoxos lo toman como el supremo signo expiatorio, los protestantes como una arma antivampiros. ¿Pero aquel que desconoce al cristianismo? Antropológicamente todo niño o persona ajena al contexto cristiano solo ve en el crucifijo a un muerto, como narraron los misioneros en la llamada Conquista prehispánica. Lo interesante es el choque cultural al manifestar aprecio por el objeto (el crucifijo), y lo que significa: Dios, y no cualquier dios, el único y todopoderoso, representado por un muerto crucificado. Esto es difícil de asimilar por la inercia judeocristiana que domina Occidente, pero simbólicamente es un contraste violento de ideas.

            Antes de ver esas fotos victorianas, era para mí impensable que alguien pudiera tener o tomar fotografías de momentos familiares funestos y guardarlos con aprecio. ¿Quién guarda la foto de su hijo moribundo o madre muerta? ¿Quién puede tener la imagen de un ser amado en una situación fúnebre? “… Y así quedó mi hermana muerta después del huracán…”; pensaba con sarcasmo. Como mencioné, lo reprimí emocionalmente, creo que por ser muy sensible y chillón. Pues intelectualmente siempre estuvo allí presente:

            En general conservamos los buenos recuerdos, y en ellos elementalmente están quienes amamos. ¿Y Jesús crucificado? He de confesar que siento al ver a Jesús crucificado lo mismo que al ver esas fotos victorianas, siento la misma repulsión, y no, no soy vampiro. Pero es, un, hombre, muerto; ¿cómo lo digo para que se entienda? Un, hombre, muerto. Y no cualquier difunto, para unos es Dios mismo, para otros un ángel, o un profeta, sea cual fuere de las tres para los creyentes, lo importante es que representa “el amor de Dios”, “el sacrificio de alguien que nos ama”, representa domésticamente al hermano o padre Jesús que amamos, como él nos amó…

            El hombre retrata y aprecia de la misma forma, tanto la muerte como la vida, los momentos felices y los desagradables. Sí, preferimos mostrar, presumir y ver lo mejor de nuestras vidas, pero tenemos ese lado asqueroso, cruel y hasta misantrópico. Que demuestra nuestra contradictoria esencia, que ser humano no es un modelo o ideal de virtud, moralidad, y buenos sentimientos… nos gusta también la muerte, el sufrimiento, la crueldad. El crucifijo es una evidencia contundente que pasa y pasó desapercibido de esta dual naturaleza humana. A pesar que la misma Iglesia con fundamento en Pablo, pone y presume la resurrección de Jesús como el triunfo y justificación del cristianismo por encima de toda religión, mitos y grandes personajes de la Historia: “…porque si [el] cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana es nuestra fe…”, lean la primera a los Corintios. Es decir, fregón fue la muerte expiatoria de Jesús, pero es la resurrección lo que lo puso en el salón de la fama de las religiones, sin ella, sería otro Sócrates o Juan bautista más. Es decir, del es decir, es más honorable y justo apreciar en los templos o las casas la imagen del Jesús resucitado que del Jesús muerto. Pero sucede lo contrario, ¿por qué? Por lo mismo que explica y justifica las fotos victorianas, a los espectadores en las decapitaciones desde la Edad Antigua hasta la Contemporánea; tan simple que en Francia se abolió la pena de muerte, la decapitación en los 80`s, sí, en los ochentas. La pena de muerte sigue vigente en muchos países asiáticos, africanos, EUA, Cuba, Brasil, Chile… en México la última ejecución civil fue en los 30´s, y militar en los 60´s, y hasta el 2005 constitucionalmente fue abolida en la Federación para sorpresa de muchos. Nos deleita la muerte y el sufrimiento como la vida y la alegría, esa es la realidad y la verdad; de otra forma no se explica el crucifijo que no tiene mayor valor que la resurrección (que ese es un retrato de un buen momento), ni mucho menos histórico, pues la muerte en la cruz representa lo mismo que Sócrates con la cicuta, o la cabeza de Hidalgo o Allende en la alhóndiga de Granaditas, escarmiento contra los sediciosos, porque si no hubiera triunfado la insurgencia en la guerra de independencia, sería tan estéril la muerte de Hidalgo y compañía, como la de Jesús en la cruz, si no hubiera resucitado.

Y no, no soy vampiro. 







Muy buen día, muy buen sexo, y que todo sea para bien.

Lúgubre, W


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